Por Jesús Chavarría
@jchavarriq_cine
El poderío visual y la estilización es directamente proporcional a lo espeluznante en este drama migratorio perpetrado sin que le tiemble en ningún momento el pulso al cineasta Matteo Garrone -Dogman (2018)-, el cual se alimenta de la realidad más dolorosa bordeando los terrenos de la épica y la poesía para hacerlo todo aún más impactante.
Desde los primeros minutos de secuencias cálidas y festivas que proyectan el entorno de comunidad Senegalese que se sobrepone con un sentido tribal a la miseria convertida en su normalidad, se dimensiona con claridad el idealismo que impulsa a un par de jóvenes a salir en busca del sueño de una vida mejor en Europa, ataviados con playeras de populares equipos de fútbol español como una muestra de lo poco a lo que han podido acceder de ese mundo que les ilusiona, y cuyos colores y escudos cual armaduras desgastadas de soldados incidentales habrán de ir desapareciendo como su dignidad misma entre la sangre y el polvo de una travesía salvaje sobre tierra y mar.
Los parajes arenosos interminables proyectados a través del ojo del también responsable de la abrumadora Gomorra (2008), en complicidad con el cine fotógrafo Paolo Carnera -Tigre Blanco (2021)-, se muestran febriles y orgánicos casi como si fueran la piel de una criatura colosal sin forma, cuyas fauces se materializan en cárceles transitadas por traficantes de personas que destrozan los cuerpos y el espíritu de quienes se atreven a ir por Malí y Níger para atravesar el Sáhara hacia el norte en la búsqueda del Mediterráneo.
Es la fatal revelación de un mundo que se va convirtiendo en el infierno en la tierra conforme la desazón aumenta y asfixia los últimos atisbos de humanidad en las tierras africanas. Aquí no hay refuerzos o rescates y la piedad apenas se asoma sin el valor de plantarle cara a la violencia. Los remansos cada vez son menos, el regreso ya no es una opción y el seguir avanzando es solo alargar el tormento aferrándose a la incertidumbre de cruzar las fronteras de otro país como una solución, aunque todos sabemos que los procesos que todavía habrá de enfrentar como refugiados en Italia, no son precisamente promisorios.
Yo Capitan es una terrorífica epopeya de la realidad, donde los leves toques de fantasía son solo resabios de la mente que comienza a perderse entre la infamia en la que ha mutado la necesidad, un testimonio en carne viva cruentamente cautivador y enfermizo sobre el hombre sometido a las circunstancias más terribles, no por fuerzas divinas ni por el destino, sino por epropio ser humano y sus alcances de crueldad que también lo consumen.
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